
No quiero dejar de aspirar el humo amargo, mantenerlo dentro de mis pulmones hasta sentir una débil presión y soltarlo con el máximo relajo...
Me dices que no lo haga, pero después nos fumamos un cigarro juntos. Y deja de ser amargo el humo. Se vuelve dulce y compartido. Mejor que un cigarro con un café (una de café y tres de azúcar), mucho mejor.
Se vuelve íntimo.
Se vuelve lindo.
Aunque nos mate.

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