11 de octubre de 2007

Un secreto muy bien guardado

Hace tiempo que no lloraba tanto. Considerando que soy bien llorona y que al menos una vez al día derramo un poco de lisozima saladita porque vi un perro atropellado o discutí con mi pololo, o hermana o porque la vida misma está a punto de enloquecerme. Pero hoy sí que fue diferente. Hoy reviví el pasado. Y no un pololeo pasado, ni una pelea pasada ni nada "malo". Sólo "el pasado". Me revelé un secreto que yo misma me dije. Pero que había olvidado.
Partí buscando todas las columnas que escribí entre el 2004 y 2005 en la Zona de Contacto. Cuando llegaba impresa a la casa, todos los viernes. Cuando ya era sólo las últimas páginas de la Wikén. Encontré mis columnas, las leí y recordé. Encontré mis muy jugosos testimoniales en los primeros tres números de la Ya Joven. Cuando era una idea recién en rodaje y no una fábrica-fidelizadora de pequeñas lectoras pelolais futuras viejas pelolais lectoras de la Ya. Lo pasaba bien haciendo esos reportajes. Era sólo un juego para mí.

Llegué después al segundo cajón de mi escritorio. El lugar sólo reservado para cuando tengo tiempo. Justo lo que hoy no me sobraba. Igual no más me metí a Narnia. Revisé cartas, ordené las fotos de Tom Cruise que recorté hace demasiados años y que no boto por pura nostalgia. Calculando, ocho o nueve años.

Hasta que llegué al cuaderno que fue como poner rewind y play a la vida. Fue sin querer. No lo planée. Y eso me pasa por guardar testimonio escrito de todo. Puta que lloré.

No se trata sólo de un diario de vida. Es un libro. Un libro que empecé a escribir a los 17 años. Dos meses antes del nacimiento de mi hermano menor. Suena súper fome dicho así.
Pero ahora mismo tal vez no puedo explicar lo que sentí. En el mini cuaderno parto explicándole cuánto lo espero. La cronología exacta del día en que nació. Cómo era cuando lo conocí, cuando tenía media hora de nacido. Pero lo que más me cagó fue cuando, con palabras de diecisiete años, le expliqué por qué su mamá no es la misma que tengo yo. Traté. Ni yo entendía muy bien en verdad. Con palabras de niña pero intenciones de "hermana mayor y grande" le conté la historia de nuestras vidas. Esa historia que preguntaría -preguntará- años después. Pero cuando la vida real se puso más difícil, abandoné la escritura. El proyecto de libro quedó trunco. Y cuatro años después, lo retomé.

Lo dejé cuando estaba en cuarto medio. Y hoy le conté que sólo me queda un año para salir de la U. Que a veces todo parece tan difícil. Lo dejé cuando sólo había visto su cara en una ecografía 3D y luego era una guagua dormilona y aburrida. Hoy le dije que habla hasta por los codos y que no para de decirme "hermanita, te quiero". Que cree que mi pololo es su hermano y que le deseo que sea siempre feliz con lo que tiene y lo que es. Que estos cuatro años me parecen una eternidad. Que es simpático.

Espero escribirle que hace dos semanas bailamos las canciones de los Beatles mientras hacíamos torres con sus cubos de madera. Que me miraba bien fijo cuando cantaba "lalalala life goes on" de Obla-di obla-da. Y que esconde sus mocos debajo de una mesa mientras ve High 5, Barney o Backyardigans. Que hace maldades divertidas a cada rato y que deseo con toda mi alma que crezca y que nos ame tanto como ahora, a nuestra hermana mayor y a mí.
Quisiera entregárselo cuando tenga 25 y ya no sea un púber espinillento tan tan tan hormonal.

Y bueno, de más está decir que todo esto... ya no es un secreto.

E.

9 de octubre de 2007

Volverse loco

Es tan fácil volverse loco. Perder la cabeza. Un día, así, sin más... abandonar la casa, dejarlo todo, la carrera, el trabajo, los afectos, el futuro, el pasado.
Olvidar. Negar. Borrar una historia. La propia. Apretar DELETE para siempre y vivir en la calle. Oler a cuerpo, a calles sucias, a pipí, a cigarro barato y a dientes cariados. Divagar, perderse y hablar incoherencias a la gente en las calles.
Cada día que sigo mi rutina, el orden aparentemente normal de lo que hay que hacer, estar ya a los 22 años metida en la máquina alienante de vivir como hay que vivir. Dan ganas de rebelarse y no hacer nada. De abandonarse. De no cumplir. Eso de que se pela el cable, es perfectamente posible de ocurrirnos. Qué hace que sólo le pase a algunos. Sin embargo, no podemos estar seguros de que nunca pasará.
En las calles, siempre observo a la gente que se abandonó. Que abandonó un -tal vez- promisorio futuro, que dejó la casa y se fue a vivir a la calle. Que se chaló o que se volvió loca. Personas que tarde o temprano terminan siendo un NN más en en Servicio Médico Legal.
Me provoca muchas cosas el imaginar cómo será la transición del individuo con una vida relativamente normal, un cúmulo de compromisos y deberes, afectos y amores a ser un número más en alguna fosa común porque nadie lo reclamó a tiempo. O, peor aún, sobre una mesa de procedimiento en alguna escuela de medicina, pecho abierto en triángulo, o cuerpo diseccionado para que los futuros doctorcitos aprendan in situ con una humanidad que apenas se entibia.
Como el Gero. Un joven de clase alta que hace unos años se fue de casa luego de que literalmente se le pelaran los cables. Las vainas de mielina (que funcionan como el plástico de los cables) de las neuronas, se le pelaron. Es decir, se "desmielinizaron". Las fibras nerviosas quedaron desprotegidas. Y caos. Leí el reportaje en la revista Paula y meses más tarde a través del mismo medio supe cuando por fin apareció.


Pero se trataba sólo de un cadáver que genéticamente correspondía al hijo que sus padres habían tenido alguna vez. Estaba sucio, chascón y sin dientes, maltrecho y solo. Había sido hallado en la ribera del río Mapocho. Pero ese terrible hallazgo significó la paz para su familia. Por fin lo habían encontrado. Ya no seguirían preguntándose sobre su paradero. Y, menos áun, mirando a cada persona vagabunda con la que se cruzaran en la calle.

Yo no busco a nadie en especial cada vez que los miro. Busco entender, busco una razón que vaya más allá de la mielina. Quisiera saber qué es consciente y qué no. Qué es opción y qué es sólo algo que les pasó. Cómo se vive la vida. O si la vida los vive, así no más.

El señor, viejito ya, de la rotonda Pérez Zujovic. Un joven colorín casi casi adulto que se pasea siempre con su mochila por Providencia. O el señor que anda a poto pelado cerca de Guardia Vieja. Quisiera conocerlos, conversar, preguntar. Si quieren, ayudar. O entender. O reír. No sé.

No sé qué será de Elizabeth y Alfredo que no eran locos. Aunque el trago tal vez los haya llevado hacia allá.

3 de octubre de 2007

Estamos todos contentos, contentos, contentos


He vuelto. Después de una ciberpataleta porque se me fue en collera el html del blog... me percaté que los amables encargados de blogger.com nos facilitan la vida: la página de diseño (antes llamada plantilla) es manejable hasta por un niño de cinco años. Aunque yo a los cinco aún no sabía leer.

Pero bueno, lo importante -tal vez sólo para mí- es que estoy de vuelta con mi blog de tres años recién cumplidos. Buen motivo para una gran sonrisa.

E.


2 de octubre de 2007

Fuuuuuuuck!!!!!!!!!!!!!!!!

Así no más. No sé qué mierda y la conchesumadre reputa que lo parió le pasó a mi blog! :(
ayudaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
qué hacen esos punto ahi q no dejan que nada se lea!

ayuda alguien que sepa bien de html!!!!!!

será recompensado... con mi gratitud eterna


E.