26 de enero de 2006

El peor día

No sé qué pasó hoy. Siento que todo el mundo lo está pasando mejor que yo. Claro, encerrada en casa. De nana, cesante, muerta de calor y esperando. ¿Esperando qué? Que pase alguna cosa interesante. Voy en mi tercer libro del verano. Síndrome premenstrual en su clímax. Me duelen las pechugas (disculpen la infidencia) y he llorado por nada o por cosas insignificantes toda la tarde... snif.

Someone once told me the grass is more greener at the other side.
Gran verdad.

Siento que hasta el conserje de mi edificio está más entretenido que yo. Odio messenger, odié a mi mejor amiga, sentí que me dejó sola (ok, SPM, en mala, lo asumo), odié a mi pololo porque tuvo la brillante idea de estar con la ruler el mismo día que yo. Odié a mi madre porque no fue capaz de darme un abrazo y consolarme. Odié el libro que me regalo Alex porque es lento. El libro.
Odié al jefe del restaurant porque no me ha llamado para contratarme. Y, sobre todo, me odié a mí misma por ser tan ociosa. Pero claro, hoy fue un día tan productivo.Me depilé, tomé una hora para ir al ginecólogo, le canté una canción a mi hermana cuando, por la mañana, me despertó porque no se acordaba cómo era "déjame que te cante, amigo mío...", hablé también con mi hermanito de dos años. Con mi papá... y hoy, los odié a todos.
Mi sutil novio me dijo que era egoísta, bacán.
Odio mi carrera, odio lo que hago, lo que no hago, la música, el sol, hasta odio estar escribiendo esta mierda. Hoy odio ser.
Sorry.
Hoy no, por favor.
Quiero que se acabe.
No es el día, parece.
= (
Voy a tener que regar mi pastito.
Pa que quede verdecito... si no, voy a seguir lamentándome de lo nada que soy y lo nada que hago, y lo nada de todo.
='(
E.

15 de enero de 2006

Agüita en mi ombligo


No transpiro. Nunca tuve el salado placer de sentir una gotita de sudor recorrer mi frente. Nunca me transpiraron los bigotes. Y mis poleras permanecían secas durante los calurosos días del verano capitalino. Sólo los nervios podían humedecer un poco mis manos. Era seca, literalmente.

Hasta ayer.
Mis ojos abiertos, cerrados, el techo, tu cuello.
El olor del aire tibio interrumpido por hilos de viento frío. Y me ahogo y respiro y suspiro. Me agarro de esa espalda como si mi vida dependiera de mantenerme flotando sobre el aire que sofoca.

Nos miramos. Frente con frente. Nariz con nariz. Por un instante somos cíclopes. Cíclopes jugando a esconderse del resto del mundo. A punto de quedar ciegos. Y morir, hasta abrir dos ojos que no les pertenecen.

De vuelta a la tierra, busco el cielo y una gota cae sobre mi ceño fruncido. Encandilada por un falso sol, cierro los ojos e intento vivir del aire cálido -cada vez más CO2 y menos O2- y no de tus gotas de agua deslizándose por mi rostro.

Y comprendo que también son parte de mí. El Agua que emana de la frente, fluye por mi cuello demasiado largo. El Agua que surge de los brazos se abraza al costado y se escapa por la cintura.

Cuando por fin la descubro, juraría que sigue hecha de calor y sal.
La miro como un tesoro único y propio.
Salió de mí, gracias a ti.
Es mi poza personal.
Por primera vez tuve agüita en mi ombligo.

Volvemos a ser cíclopes.
Pero ahora tenemos un secreto.
Hídrico.
E.


(La foto es de mi ombligo de a deveritas. Amorfo, ¿no?)

14 de enero de 2006

Instantes revueltos en mi sartén. Quien entienda, grite ¡YO!


La vida está hecha de pequeños instantes.
Un gran cliché para una ídem verdad. Sin embargo, estos instantes nos marcan de por vida.
El instante en que nos conocimos. El instante en que una mirada se cruzó en el camino de la otra. El Click.
Cuando hechos tan simples como caminar sobre la vereda se transforman en acontecimientos. Preguntas que un desconocido me hace y que no sé cómo responder. Halagos gratuitos, cigarros por $500 que acompañan un momento que no se volverá a repetir.
La exquisita angustia de saber que ese momento no se reproducirá jamás.
Tus besos sobre esa roída cama. Desgastada por otros besos de otras amantes. Pero el instante es nuestro. Y podemos hacer que dure. Y estirarlo, y alargarlo como el más flexible elástico. Porque te tengo. Nos tenemos aquí, juntos, separados. Seimpre volveremos al otro.
Pero hoy...
cuando acabo de vivir el momento más extraño, raro, escaso e irrepetible de mi vida. Soy sincera. Tengo un poco de miedo. Intriga.
Todo pasó hace no más de veinte minutos y ya siento que los recuerdos se esfuman. Maldita cabeza distraída, pienso. Y se va, se escapa de mis "pensées" y no quiero. El temor va desapareciendo de a poco. Más bien, la paranoia.
¿Qué hace un tipo árabe-francés en la noche vitacurense, casi jactándose de una soledad cosmopolita, ilustrada y escogida?
¿Por qué me detuve a hablar con él? ¿Por qué se fascinó tanto con esta niña-mujer y su apariencia engañadora? No lo sé. No quiero analizar lo inanalizable.
Nunca más volverá. Y así está bien. Si vuelve la magia se pierde. Y la magia que ahora siento que hay...se está yendo a gran velocidad para dar paso a un recelo que no tuve en el presente de entonces.
Quizá todo está guardado en un cofrecito interno de los recuerdos. Y de los miedos.
Estos instantes que, dudo haber logrado una explicación cabal, están llenos del hechizo urbano de las noches frescas de verano. Cuando tu novio fue por unas cervezas con sus amigos y tú, sola, desvelada y con ganas de fumar unos "Belmont Light de diez, por favor" crean el ambiente perfecto para un encuentro imprevisto y sorprendente. Cuando el desconocido -que siempre podemos calificar de sicópata y así asesinar toda posibilidad de idea romántica e idealista de un encuento casual- te aborda, te habla de ti y pareciera conocerte desde siempre, cuando sus halagos son bellos pero la desconfianza no te abandona, el instante que se prolonga por poco más de una hora sigue siendo eso. SÓLO UN INSTANTE. Pero algo te enseña. Algo te deja. Cuando alguien se detiene en la calle, detiene su tiempo, tú detienes el tuyo y todo parece una confabulación de algo superior. Me pregunto, ¿En qué momento, empezó la cuenta regresiva para que aquel encuentro se produjera? ¿Tuve que llorar una hora, cortar el teléfono, volver a llamarte, reirnos, perdonarnos, prometernos mil cosas, pasearme horas infinitas por mis cavilaciones y dudas para que, cronológicamente, todos lo astros estuvieran alineados y en ésa esquina encontrar al desconocido que envolvió una hora de mi vida con sus historias y preguntas?
No quiso saber mi nombre. Quiso verme. Conocer mi voz, hablarme de mí, fumar. Contarme su vida, de sus mujeres...
Una belleza tan Chanel. já.
Estoy procesando. Mi cabeza es una juguera en ON.
Esto no tiene sentido.Pero paralelamente tiene demasiado. Un exceso de sentido, de sentidos, direcciones y sensaciones.
Elisa ilusa.
Sólo recuerdo su nombre: Aissa.
Y el refrán que me recitó en árabe: Si la palabra es de plata, el silencio es de oro.
Y, por ahora, guardaré silencio.
Es mi instante de [shhh...]
Un minuto.
Y guardar mi misterio.
Ése fue el favor que me pidió el hombre desconocido.