9 de julio de 2009

Contradicción

Tal vez escribir los dos textos del 4 de julio implique una gran contradicción. En uno menciono que no necesito nada más para ser feliz, y en el siguiente parece evidente que me falta enamorarme y ser querida. Y, así, lo de “feliz” se va un poco al tacho. Pero lo cierto es que nada de lo escrito es excluyente. Entonces la contradicción no es tan… fuerte.

Pero hoy, me doy cuenta de que, más que nunca, no tengo idea qué es ser mujer. Qué es ser eso femenino que a los hombres les gusta tanto y yo temo-admiro-odio. Es una necesidad de diferenciarse de ellos para gustarles? ¿Y si les puedo gustar sin ser así y sólo siendo la Elisa* de siempre? Esa especie de mujer suave pero gruñona, adolorida -maldito reumatismo- pero valiente sin saberlo, y a ratos fuerte y dura. Divertida y juguetona, seria y tímida. Insegura y profundamente leal a sus grandes amores que son sus amigos. En búsqueda constante del equilibrio entre humanidad y naturaleza, admiradora de los animales y todo lo que nos hace animales…esa belleza de realmente ser animales y amar a los otros animales. Como una emoción inexplicable. ¿Podrá eso algún día llegar a ser más atractivo que salir un viernes por la noche con jeans, tacos, maquillada y con un perfume rico y una carterita fashion? ¿Seré algún día interesante por mi propia forma de ser mujer o tendré que disfrazarme, caracterizarme de ese prototipo de mujer para ser validada como tal? ¿Para ser femenina y evidenciar que tengo mucha progesterona en mí? No lo sé. Ojalá ese día llegue y me demuestre que mi manera de haberme transformado en algo más que una mujer post adolescente es bella y respetable. Y querible. Lo que realmente sé es que hay espacios que nunca cederé. Para seguir con el ejemplo anterior: de acuerdo, puede que para ir a la oficina haya que subirse a los tacos y tener las patas hechas bolsa en pro de verse “bien” y formal, según el canon. Pero fuera de ella, quiero siempre vestirme con mis zapatillas, salir de fiesta con pantalones negros, no muy apretados, zapatillas, parka estilo saco de dormir para capear el frío y un sencillo delineado negro en la parte baja del ojo, algo de rímel y una gota de perfume en la nuca -sino me mareo-. Alguna polera con un diseño o estampado entretenido, con alguna historia que contar detrás. Y reír con la boca abierta, a gritos, con ese Ja Ja Jáaaa, del que varios se han reído a su vez.

Ay, ya me fui por las ramas. El tema de la contradicción se me vino a la mente porque por fin me atreví a comenzar la lectura de El Segundo Sexo, de Simone de Beauvoir. Tremendo libro que incluye sus dos tomos en uno, en una edición de conmemoración de los 50 años de no-sé-qué. Lo tengo desde diciembre de 2006, lo compré en Argentina durante el viaje a Buenos Aires que hice con mi ex-ex y, al igual que La insoportable levedad del ser de Kundera (ya transformado en cliché de lectura profunda ashí de mi generación) no me atrevía a empezar a leerlo porque pensaba que no lo iba a entender. Pero es tan interesante y entretenido que estoy segura de que pronto lo terminaré. Aunque eso es ambicioso considerando que llevo sólo 50 páginas de 730.

Lo que quiero decir es que el rollo de la feminidad en realidad está impuesto por los hombres. Y, claro, por las mismas mujeres que sólo a través de ella se diferencian y transforman en mujeres, por comparación. O, más bien, por la aceptación al razonamiento de la negación que ellos impusieron para definir a las mujeres: una mujer no es un hombre. Entonces, todo lo que sea algo que no hace un hombre, es femenino. Este razonamiento bastante primitivo olvida verlo del modo contrario: definir a un hombre a partir de una mujer y sus características. Pero no, claro que no, si el hombre estuvo en el mundo antes que la mujer, basta recordar la historia de la costilla y una vez más volver a ver que desde siempre se ha aceptado que la mujer viene del hombre y siempre será definida porque es distinta al hombre y más aún, porque toma ideas que no le son propias sino que son del grupo de hombres que siempre ha dominado el rubro al que ella se esté refiriendo. Uf. Incluso la definición de la feminidad es un invento masculino que las mujeres hemos aceptado siempre. La huevada penca. Recuerdo que en segundo año de periodismo, uno de esos profes de la u que son mal vistos por los alumnos hijitos de papá de U privada por ser más jipi y no tener pinta de “profesor serio” (absurda consideración de alumno cuico y facho tirao a lana -pero lana de zara, obvio-), dijo que en sus principios, los hombres preferían que las mujeres ocuparan tacos porque así no podían correr. Y no me refiero a correr para escaparse (que tal vez también fue así), sino que negarle a alguien la posibilidad de correr es horrible… como negarle a alguien cantar, aunque no siempre se quiera cantar, aunque no siempre corramos, no poder hacerlo a priori es atroz. Pertenecer a este “segundo sexo” que siempre tiene que pelear por que su opinión valga y no sea ‘efecto de las hormonas y los días R’ como a muchos hombres -sino a todos- les encanta decir y refregarnos en la cara, sin recordar que ellos son una bolsa (o dos) llena y rebosante de testosterona que los lleva a ser brutos, torpes, territoriales, posesivos y egocéntricos reyes del mundo. Pero claro, eso está lejos de ser algo criticable y negativo. Porque seguramente la testosterona piensa y la fuerza física vale más que la opinión de una mina. Ser más débil físicamente u opinar diferente o, sencillamente, ser mina ya implica pensar con el útero y las pechugas hinchadas por las hormonas y entonces, no vale. Sí, es obvio: no estoy diciendo nada nuevo. Pero me encanta recordar que, aunque el mundo se encarga de ser hostil cada día conmigo (desde la isapre, mi sueldo, mi viejo, hasta muchas veces comentarios de tarados desubicados) ser mujer es lindo. Y ser hombre debe serlo también, pero estoy casi segura de que ninguno de ellos se detiene a pensar en eso. Que, finalmente, no queremos hembras ni machos alfa, ni minas ricas ni tipos exquisitos. Bueno, tal vez decir “no queremos” es muy amplio. Preciso, entonces: No quiero minas que sufren por ser minas, minas que se encasillan en el rol de mina y hombres deliciosos que son ego y nada más. Quiero normalidad, quizás es porque yo soy eso, porque exudo una grosera y obvia normalidad. Y sus contradicciones.


*Tal vez ya sea hora de revelar que no me llamo Elisa.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo estoy absolutamente desilusionada de los hombres, no confío en ninguno ni quiero. Si eso es ser muy mina o no me vale un pepino, simplemente les tengo rabia. En fin... Te extraño.
Ya hablamos!
F.

Elisa dijo...

amiguita linda, yo todavía busco sin buscar. Tal vez esa es la "receta", estar tranqui y no tener expectativas, si al final una no está pa solucionar la vida de nadie y menos un "otro" la nuestra...
pienso q hay q puro pasarlo bien y cuando no es así, ADIÓS.

besos, linda!
aunque queda pendiente el tapizado de mi sillón cama cumita!!!

vamos el próximo finde?

F.

Puppetmaster dijo...

uffffff....despue de leerlo todo, te aconsejo, que como decia Ali G en una pelicula: Keep it real!!!!

Tu te describiste como alguien muy interesante, tu sabes quién eres, pa qué ser una más del montón????

En Chile la pintura de pelo que mas se vende es la rubia, los lentes de contactos que mas se venden son de color azul (grande la U), la operación mas solicitada en el ultimo tiempo es la de agrandarse las tetas (no digo que sea malo,jeje)y para terminar siendo una más del montón...

Tu mantente asi.

Puppetmaster dijo...

ahi publique algo...solo para ti

Elisa dijo...

gracias!

tienes razón,seguiré siendo como tonka, 100% natural jajaja

Elisa dijo...
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