3 de septiembre de 2004

Coincidencias y anonimato en la ciudad I

Recuerdo cuando supe que viviríamos en Santiago. Me cargó la idea así que me puse a reclamar, para variar.
Para convencerme, mis padres me dijeron que lo bueno de vivir en aquí, sería el anonimato que la ciudad me daría. Tenía ocho años y no entendí nada de lo que quisieron decir.
Veníamos de Osorno, donde era imposible caminar por la calle sin encontrarse con alguna persona conocida. Cualquier deuda, infidelidad o hijo no reconocido era sabido por todos, al día siguiente del cagazo.
Cuando, hace dos años volví a mi ciudad de origen, vi-con horror- cómo las personas se encontraban en la calle, se saludaban y en menos de un minuto ya estaban descuerándose.
Así, pude comprobar en terreno lo que, años antes, mis padres me habían asegurado.
Luego de una semana, volví a la capital y empecé a gozar del anonimato, de esa sensación de tranquilidad de no ser nadie, de esa contradicción de sentirse súperpoderosa siendo literalmente "another brick in the wall".
Estuve varios años creyendo que Santiago era el paraíso de la masa sin identidad y, entre ellos, me desenvolvía sin problemas y sin temer a que alguien supiera de mi vida más que yo.
Todo bien, hasta hace dos días.
Subiendo a la micro, en la Alameda, me encontré con él. Daría lo mismo si hubiera sido cualquier persona. Pero no él. Llevo una semana saliendo con Nacho y no tenía ganas de encontrarme con nadie. Que nadie nos viera, porque, claro, es una relación reciente y no quería dar explicaciones o hacer presentaciones molestas. Felices, nos paseábamos por el centro jurando que nadie nos vería. Mentira. Cuando me topé con J. arriba de la micro, senti que mi guata se revolvía. Traté de poner mi mejor cara de "qué rico verte" y dudo que me haya salido. Es que es difícil engañar a alguien que me conoce tanto. Hablé como nunca, y cuando se bajó maldije al mundo, sus coincidencias y el supuesto anonimato que no está cuando lo necesito.