4 de septiembre de 2004

zenk god ai faund yú

Las conversaciones no siempre son necesarias. Hay veces que sobran o que, incluso, son forzadas afin de evitar hablar lo que sí importa. Pero hoy fue diferente. Y es que quería hablar, más que desahogarme, necesitaba llenarme. Sucede que me angustia no saber pronto con quién demonios estoy saliendo (no es que salga con sicópatas, pero supongo que se entiende). Y bueno, hace dos semanas salgo con Nacho y habían vacíos, detalles, enfin... problemillas que molestaban como legañas matutinas en mis ojos. Así que empecé claro y de frente, que quiero saber esto, que me molesta esto otro, que esa noche debí echarte la chuchísima (cf. Divino Anticristo) y que no lo hice porque estaba demasiado ebria para reaccionar. Harto indigno lo último, pero se lo reconocí.
Mi resfrío progresaba en favor del virus y las bacterias, claro, y cuando salimos de la casa de la Coni, notamos que llovía. No fuerte, pero lo suficiente como para mantenerme congestionada por una semana más. Caminábamos y yo no paraba de hablar. Cuando llegó el momento de su reacción, me impresioné bastante pero seguí andando, calladita y casi sin respirar para no perder nada de lo que ocurría a mi lado. Su cara reflejaba lo más parecido a la vergüenza, en vivo y en directo. Y como no habrían repeticiones, ni cámara lenta para revivir el instante, en silencio, me dediqué a mirar.
De Vicuña Mackenna hasta la Alameda, no hablamos. El mísero techito que se hacía llamar paradero, estaba colapsado. Nos resignamos, entonces, a las gotitas de agua sucia chorreando sobre nuestras caras. Rápidamente, la conversación se puso densa, el Nacho serio, y yo con mi desubicada risita nerviosa.
Ya habíamos empezado a hablar en la casa de la Coni, antes de salir. Y la continuación no se veía auspiciosa. Me asusté, era muy luego para que todo se fuera al diablo. En el ascensor apenas me miraba y a mí me daba más risa. "Chucha", pensé. "Si la que debería estar cagada debería ser yo, ¿o no... ah?"
Nacho seguía con "la media cara", así que Elisa, la fuerza-hombres, comenzó a jugar su rol. Obvio, sino nunca se avanza. Le pregunté que qué le pasaba y empezó a soltarse. Me pedía disculpas y yo me sentí un poco culpable pero bien, quizá necesitaba esas disculpas. Quizá él necesitaba sentirse mal por lo que había hecho. Mal que mal, me había tenido varios días sintiéndome una perra miserable por culpa de sus impulsos de macho. (¡Qué horror! ¿O no, Mamut?)
Cuando se me pasó por la mente la desgraciada idea de que sería bueno hacerlo sentir mal, me arrepentí, le dije que no se preocupara más porque yo ya estaba bien. Y era cierto. Lo único que me faltaba para olvidar el tema, era decírselo y que se enterara, porque la digestón del episodio "viernes y copete" ya había pasado. Nos relajamos y empezamos a hablar como si nada. Tres 419, dos 345, dos 332, dos 321, una 200 y una 333 más tarde, nos despedimos felices.
Habíamos sobrevivido a nuestra primera "conversación necesaria"y, al parecer, no había damnificados. Fue un urgente exceso de sinceridad de mi parte y de la suya.
Muchos besos y abrazos que me hicieron tan feliz, y decidí que ya era hora de partir.
Me subí a la tercera 321 que pasaba y después de sortear los ataques subterráneos del micrero, alcanzar las monedas voladoras del vuelto que, amablemente, me lanzó por los aires, me senté y me puse a cantar. "Thank God I found you", a veces mi vecino de asiento me miraba pero yo sólo podía pensar en ese imbécil que me tenía -y tiene- idiotizada.
Por suerte, en la micro no me encontré con nadie y menos con J., eso ya sería una confabulación de la ciudad en mi contra.
Llegué a mi casa con los pies mojados y el pelo rizado. Me preguntaron si estaba pololeando y dije no. Escuché a mi madre, no peleé con mi hermana y hablé con el Nacho que ya había llegado a su casa, en Rascagua. Ahora creo que me duele demasiado la cabeza, quisiera verlo pero mañana me juntaré con mi querido señor padre. Después de una cosa buena, viene la mala.
Y mañana será la conversación no-necesaria. Esa que siempre sobra y daña.