21 de septiembre de 2004

¿Que diez años no son nada? =P

Luego de varios días en la denominada ciudad mas fome de Chile, Osorno, me di cuenta que los años fuera no pasaron en vano. Hace ya una década dejamos la ciudad, con la sabia frase "pueblo chico, infierno grande" en mente. Mi papá la pronunciaba y todas asentíamos. Santiago fue nuestro destino final y su anonimato una suerte de regalo de bienvenida. Y bien digo, de bienvenida, nada más. Conocíamos a poca gente y al ser N.N. para la gran mayoría de nuestro entorno, nos sentíamos bastante a gusto. De pronto, creo que se transformó en algo "aliviador". Pero lo fue sólo para uno. Digamos, es más fácil ser "mister duplicity" (cf. A.M.) en una gran ciudad que en el sucucho osornino. Pero las mentiras siempre son develadas mostrándose claras y a todo color. Sin matices ni anestesias que amortiguen los dolores. Y es la Gran Ciudad uno de los principales artífices de esas mentiras. Porque el pueblo chico delata, es como el maricón del piano. Chico, sucio, oscuro pero sobre todo hocicón. Una loca poblacional que no guarda secretos. Todo se sabe, dicen pa callao las viejas cuicas de pueblo sentadas con la raja plana en el Café de la esquina, frente al banco. Se enojan pero agradecen la sinceridad del pueblo maricón.Gracias a él cacharon que llevaban un rato raspando el techo con los cuernos.
Por su parte, la ciudad es como puta cara. Ahora que esas hueás están de moda. O como yo creo que debe ser una puta cara. Es bien perra, pero discreta. Nunca va a delatar a su destacada clientela. Así que vamos aprovechándonos de eso. Yo que pensaba que esconderse en la masa, que pretender ser anónimo se trataba de un anhelo inocente. De una cándida cobardía. De puro mamones que somos, a veces. Siempre. Pero, no. Había que profitar.
Bueno, es la hora del loli y ya las intenciones literaturescas se fueron al demonio. Inicialmente pretendía hablar de los diez años. Así que proseguiré. Como salga no más.
De repente, los diez años en Santiago se me fueron en collera. Terminé encontrándome en una de las calles más transitadas de Chile, con gente que jamás esperé encontrarme. Y circunstancias comprometedoras (ojo, no soy puta ni dealer). Aunque creo que diosito aún me quiere porque no me vieron. Pero me tuve que comer un viaje en micro, nerviosa y forzando la conversación. Todo mal.
Así que (por fin de vuelta al principio de la historia), caminando por Ramírez en Osorno, noté que no me encontraba con nadie, ninguna cara conocida, ninguna sorpresa indeseable. Sin duda, los diez años no pasaron en vano. La ciudad cambió, la gente se fue, los viejos amigos están más viejos y no son capaces de reconocerme si me ven en la calle.
Abrigada hasta las orejas, recorrí el centro de la ciudad cuatro, cinco o seis veces. Aunque Tú no estabas para que alguien conocido o indeseable nos pillara en la avenida más concurrida de Osorno. Sólo caminé por horas. Pensando que a pesar de su silencio a ratos maldito, Santiago es una buena confidente. Que puede equivocarse.

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