15 de octubre de 2014

Nunca pensé que volvería a escribir acá (menos que recordaría la contraseña para entrar). Nunca se me pasó por la mente que conviviría, que sería dueña de casa. Que me separaría y me quedaría con las manos vacías. Menos, que volvería a pararme (work in progress) o que un buen -muy buen- día entraría nuevamente a la universidad, a estudiar otra carrera profesional con chiquillos hasta 11 años menores que yo. NUNCA. 

Y SIEMPRE... 

Siempre creí en cosas que hoy valen tan poco como todos esos nunca. Qué manera de ser trompe l'oeil, de haber sido seducida por un engaño, de caer en la trampa de esos absolutos que, a fin de cuentas, son lo menos absoluto que he vivido. Escondidos en la penumbra, se guardan, se mantienen en la sombra para seguir haciéndome creer que son una verdad pero sólo se camuflan para que no se devele tan burdamente lo que son. Sólo falacias, sólo juicios limitantes, verdades convenientes para el miedo y la autoindulgencia.

En estos años he podido aprender que nada es clasificable y que si alguna cosa debe ser extirpada del lenguaje que me construye son esos Nuncas y Siempres. Flaco favor le hacen a la pausa, a la calma de vivir paso a paso y sin ansiedad. Poco aportan en la lucha contra la propia Inquisición, que es brutal. 

Siempre fui mi peor enemiga. La más dura, la más castigadora, exageradamente cuerda y racional. Pero hoy, sin siquiera haber decidido cambiar, cambié. 
Ya no tiene sentido ese baile frenético de los absolutos autoimpuestos y las exigencias sin límite. Hoy, la mezcla es tan grande que no voy a desgastarme en desenredar la madeja, no voy a clasificar los logros ni los tropiezos. Hoy, como no recuerdo que haya sido antes, pienso disfrutar el viaje. Sin pensar en la llegada, porque quizás nunca llegue a algún puerto. Pero de lo que sí estoy segura es que el trayecto va a ser A TODA RAJA.

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