11 de abril de 2012

Estoy demasiado condicionada por la irregularidad. Por los polos, más bien. Tengo sustos que suben y bajan demasiado fuerte. Como una onda de sonido, como una ola loca en un temporal que cae y golpea contra las rocas. y se rompe y luego, cuando se junta, tiene otra forma sin forma.

En términos prácticos, hay días en que me muero de ganas de tener hijos y formar una familia. Otros, tengo la certeza absoluta de que si pasara algo así, me muero. No sería capaz.

Tengo penas con las que vivo todos los días, me levanto con ellas y siguen ahí. A veces ellas no me dejan vivir y menos levantarme. Se transforman en mí, me fagocitan y dejo de existir. Como un parásito se adueñan de mi cara, de mi otrora expresión alegre y vuelven mis ojos naturalmente caídos en dos nubes que se desmoronan y no dejan de llover. 

Me quedo a medias, parada por inercia en puras construcciones que a duras penas he montado. Puras definiciones y significados que pierden sentido y se caen.

A pesar de eso, mis momentos felices son hartos. Pero cada vez son más básicos, más sencillos y casi simplones. Compartir con mi perrita es uno de ellos. Irremplazable, único. Lleno de juegos, de langüetazos con diente, de gestos que sin hablar comunican todo lo necesario para entenderse.
Leer/creer que voy a terminar los libros que empiezo. Es como si compitiera con cada página. Es una lucha entre ellas y mi concentración volátil.

Soñar también me hace feliz pero me entrampa. Me piso la cola y vuelvo a una tristeza de origen. Son sueños imposibles que sólo podría realizar si el tiempo retrocediera.

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