30 de enero de 2005

29 de Enero 2005.

Me arde la espinilla.La descubrí cuando después de hacer pipí me puse a observar en el espejo del baño la cantidad de pelos que se están adueñando de mi cara. Quizá en unos años me transforme en un monito peludo. Sin pensarlo, la apreté con fuerza. Llegué, incluso, a enterrar las uñas en mi sien (ubicación geográfica del furúnculo rebelde), pero fue imposible.
Ahora me pica la nariz. Alergia, pienso. ¿A qué? Ni idea, quizá me quedan algunos resquicios de polvo de caballo que me hacen estornudar. Siempre dos veces seguidas, obvio. Y bueno, no está de más anunciar que por mi nariz corre agua todo el día. Se supone que es verano, uno NO debe resfriarse o, al menos debería haber dejado atrás las ñoñas alergias primaverales. Lo peor es que amanezco con la garganta rasposa y metálica como me pasa a mediados de julio. Entre tanta agua nasal se cuelan algunos mocos más oscuros y otros verdosos. Ay, sinusitis no, por favor.
Me acabo de rascar la espinilla y creo que se reventó. En efecto, su fluido amarillento -aunque no la estoy viendo, sé que es de ese color- se reparte entre el índice y pulgar izquierdos. Los miro y el juguito infeccioso está pegote. En la radio suena un tipo que cantaba la canción de una teleserie que veía mi nana, la Mili. No puedo estar escuchando estas huevadas. Seco el pus en mis pantalones y sigo tipeando sin mayores preocupaciones, salvo que hoy he estado hecha una perfecta idiota. No sé si eso será un motivo de preocupaciones. No lo creo y tampoco me dan ganas de seguir en eso. Me sigue ardiendo la mierda de ex-espinilla.
No quiero seguir escribiendo. Quiero noche en la playa, fumando, tomando y durmiendo.
Mejor me voy a comer. Y a sonarme.

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